Comida basura

Como nos afecta la comida basura es el título de este artículo que nos informa de que nos aporta de positivo y negativo este tipo de comida, tan de moda. Muchos fabricantes de comida basura sólo piensan en sus beneficios y no en la salud de las personas.

Quizá esta portada le parezca exagerada, pero si le ha despertado un mínimo de curiosidad, piense en la cantidad de productos enlatados, precocinados, refrescos, zumos, salsas para calentar y servir, sopas de sobre y concentrados de caldo (entre otros) del supermercado. En teoría, este tipo de comida surgió como respuesta a las necesidades y condicionantes de la vida actual, en la que hay poco tiempo para ir a la compra y cocinar. Aunque algunos fabricantes tratan de cubrir las exigencias de una dieta sana, otros se sirven de las estrategias más variopintas para no vender lo que anuncian y para incluir entre los ingredientes cantidades excesivas de ciertos elementos, a veces innecesarios, que luego no reflejan en el etiquetado.
Así, el consumidor no sabe exactamente lo que se lleva a casa. Esto, aparte de un fraude para el bolsillo, supone un riesgo para la salud, especialmente la de colectivos (lactantes, cardiópatas, hipertensos, diabéticos y niños) que deben cuidar al máximo lo que comen.
En febrero de 2000, Pierre Meneton, investigador de la influencia de los factores genéticos en el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, terminó un informe para la Agencia Francesa de Seguridad Sanitaria de los Alimentos (Afssa, sus siglas en francés) en el que concluía que el exceso de sal de los productos elaborados por la industria agroalimentaria causaba 75.000 accidentes cerebrovasculares anuales en Francia (un tercio de ellos mortales).
Por ello, aconsejaba reducir un 30% de la cantidad de sodio en estos alimentos con el objetivo de evitar un buen número de dichos episodios, así como para mejorar la salud general de la población.
No obstante, advertía de que esta medida no sería bien aceptada por la mayoría de los fabricantes ni por el propio Gobierno, ya que repercutiría en pérdidas de unos seis millones de euros debido sólo a la caída en las ventas de agua mineral y bebidas industriales.
Un año después, "Le Point", una publicación gala, daba a conocer los hallazgos de este investigador y ponía de manifiesto los intereses económicos relacionados con el tema.
A partir de ahí, y a pesar de que el Ministerio del Interior francés lo niega absolutamente, Meneton, así como sus familiares y amigos, aseguran haber sido objeto de escuchas telefónicas, espionaje y seguimiento por atentar contra la seguridad del Estado. A principios de este año, el científico coordinó una reunión de la Afssa cuyo título era Sal y salud; pero localizarlo sigue siendo difícil.
Éste no es más que un botón de muestra del inmenso negocio que se mueve alrededor de los alimentos procesados. Esta misma semana, "The New York Times" publica una entrevista con la doctora Marion Nestle, jefa del departamento de Nutrición de la Universidad de Nueva York, en la que la especialista denuncia los peligros de abusar de la comida rápida y el juego sucio que emplean sus fabricantes para aumentar las ventas.
Básicamente, se trata de que el cliente coma mucho más de todo. Las raciones han aumentado de tamaño, son muy calóricas y poco nutritivas y han proliferado las promociones que ofrecen varios productos de este tipo, casi siempre fabricados por la misma marca, dentro del mismo paquete (bebida, postre, golosina, juguete...).
Nestle también apunta las presiones económicas que ejerce esta industria sobre las instituciones gubernamentales para evitar mensajes desfavorables a sus intereses.
La sociedad española está adoptando las mismas costumbres dietéticas que la estadounidense y los alimentos procesados han adquirido gran protagonismo en los últimos años. También ha contribuido el hecho de que cada vez hay más mujeres que trabajan fuera del hogar, familias compuestas por uno o dos miembros, población anciana y jornadas laborales muy intensas; todos estos factores son claros obstáculos para pensar en menús sanos y equilibrados, así como para hacer la compra de productos frescos y cocinarlos en casa.
Los expertos no quieren demonizar este tipo de comida. De hecho, admiten que muchos fabricantes se toman muy en serio su labor y elaboran, tratan, transportan y conservan sus productos teniendo en cuenta criterios dietéticos saludables. En estos casos, no existe ninguna razón para no tomarlos de vez en cuando, ya que también aportan variedad y equilibrio a la alimentación.
Fraude y riesgo
No obstante, a la vista de los datos disponibles, existen demasiadas irregularidades en este tipo de comida. Hace unos días se dio a conocer un trabajo de la Universidad San Pablo CEU sobre zumos de naranja.
El equipo de Coral Barbas, directora de la sección de química analítica de este centro analizó repetidamente las muestras de nueve marcas etiquetadas y vendidas como 100% zumo de esta fruta. Se excluyeron néctares, bebidas logradas a partir de extractos o concentrados y otras variedades.
Sólo uno de los analizados reflejaba valores que permitían englobarlo dentro de la categoría que anunciaba. "La presencia de agua en grandes proporciones y de ácido tartárico, que no es de la naranja, nos permitió detectar la dilución con agua o la mezcla con zumos de otras frutas, como la uva, más dulce y barato".
Esto no supone un riesgo grave para la salud, pero lo cierto es que se paga por algo que no es lo que aparenta. En realidad se trata de sacar mucho más partido a un litro de bebida. Sin embargo, no cabe olvidar que para personas diabéticas, esto sí puede ser problemático. El zumo de uva contiene más azúcares y, por tanto, el paciente ingiere más cantidad del edulcorante sin saberlo.
Periódicamente publica análisis comparativos de determinados productos en los que se revelan muchísimas deficiencias en este sector. Si bien la mayoría no revisten peligro grave para la salud, lo cierto es que constituyen una forma de engaño.
Consultando estos documentos, se puede observar que, por ejemplo, la higiene general de las ensaladas envasadas aún tiene que mejorar, ya que suelen tener microorganismos (Listeria, casi siempre) que proliferan por mala manipulación. Por su parte, el tomate frito y la salsa de ketchup suele contener más aditivos de los necesarios; además de que las variaciones en cuanto a la proporción de este fruto son notables. Además, algunas marcas contienen glutamato (un potenciador del sabor), pero no lo reflejan en la etiqueta.
En los precocinados de merluza, el rebozado constituye, como mínimo, el 40% del producto. Algunos dicen tener más proporción de pescado de la real y, con excepción de una sola de las muestras que se tuvieron en cuenta, todas contienen Listeria, aunque en cantidades no peligrosas.
Las galletas también suelen usar aditivos innecesarios y dos tipos contienen uno que está expresamente prohibido por la legislación para galletas secas: el antioxidante BHA (E320).
Definitivamente, el etiquetado es la asignatura pendiente. A veces se peca de dar poca información (omitir ingredientes y cantidades). La mayoría de las etiquetas son confusas. Por ejemplo, no aclaran qué tipo de lípidos incluye el total del epígrafe "grasas". Muchas usan ciertos términos incomprensibles para el consumidor medio.
Por ejemplo, es frecuente que el glutamato o el bicarbonato figuren sin el apellido sódico, de forma que no se piensa que realmente se trata de sal.
También refieren los azúcares sin englobarlos dentro de la misma categoría, cuando en realidad lo son. Un truco para identificarlos es fijarse en los que lleven el sufijo "osa" (galactosa, fructosa, lactosa, maltosa...) o los que acaben en "tol" (xilitol, sorbitol...).
En resumen, se está vulnerando el derecho que tiene el consumidor a saber lo que come. Los expertos más beligerantes no dudan en aconsejar que, a la menor duda, lo mejor es no adquirirlos.

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